Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas, porque llegarán a ser sabios.
Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol.
Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por los imprevisible.
Felices ustedes si saben callar y hasta sonreír cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás
aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
Felices sobretodo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran, entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
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